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La camisa
Me gustaría relatarles el insólito hecho que me ocurrió hace ya varios años pero que aún recuerdo nítidamente.
Todo empezó el día de mi cumpleaños, cuando un familiar tuvo a bien regalarme una hermosa camisa de seda oriental.
Tras abrirla, un olor impregnaba mis sentidos y mis dedos acariciaban el suave y fresco tacto del cuello; era preciosa. Me la puse delante de las atentas miradas de toda mi familia, me sentaba perfectamente... “Estaba hecho un Don Juan” como decía mi anciana abuela al vérmela puesta.
Al acabar la celebración toda mi familia se marchó y me quedé completamente solo, cuando el cuello empezó a apretarme un poco, me desabroché el primer botón y una vez más la camisa me sentaba cómodamente.
A la mañana siguiente, me levanté, me duché, lavé y afeité, desayuné y me senté ilusionado con mi nueva camisa a dibujar (sin duda no hay trabajo más maravilloso que el de dibujante de cómics).
Justo dibujaba una viñeta cuando el cuello de la camisa me volvió a apretar, “lo olvidaba” me dije, y me solté el primer botón una vez más.
Minutos después empecé a notar presión en mis dos muñecas, aquello ya no era normal, sin duda la camisa no era de mi talla, al acabar la viñeta me dije que iría a descambiar la prenda, hasta entonces, desabroché las puñetas.
Pero no podía acabarla, realmente no podía apenas moverme, mis manos estaban moradas y dolorosas y una vez más notaba una sensación de ahogo provocada por el cuello de la camisa.
Intenté desabrocharme el segundo botón de la camisa ¡pero no podía! Estaba pegado a la tela, además mis manos perdían fuerza y ya ni siquiera las sentía.
Poco a poco, notaba mayor sensación de ahogo, ¡la camisa me estaba estrangulando!, Sentía como mi vista se nublaba y las bocanadas de aire que tomaba me eran insuficientes.
Al cabo de un rato no tenía fuerza para mantenerme en pié y me desplomé, me llegaba a la cabeza sensación de mareo y dolor de cabeza, la camisa cada vez hacía más fuerza, sin duda, era una situación surrealista.
Antes de perder el conocimiento mis manos se aferraron a la pechera y la desgarraron brutalmente hasta poder tener el pecho al aire.
Sin embargo seguía teniendo el cuello aprisionándome y las puñetas provocándome intenso dolor... empecé a sangrar de las muñecas.
Gritaba, mas mi voz era tan débil que nadie me oía.
Al fin, logré morder el ojal de la puñeta y así poder aflojarlas más fácilmente.
Tras quitármelas, la camisa entera se vino abajo y yo me desplomé fatigado.
Al cabo de un rato que mi mente no pudo asimilar, abrí los ojos; la primera visión que tuve fue la de la camisa... sus brazos... ¡empuñaban un cuchillo!
Justo antes de que la certera puñalada atravesara mi garganta me levanté pero la prenda demoniaca se abalanzó sobre mí y con el cuello me tapó los ojos mientras intentaba clavarme el la hoja metálica en el corazón.
Tras forcejar un rato, puse mi cabeza tras el grifo y eché un chorro de jabón líquido, mi adversario se cayó contra el lavabo empapada.
La cogí con ademán de desprecio y la arrojé por la ventana.
No la volví a ver hasta pasados varios años, cuando un día me la encontré en el autobús.
La pobre, estaba muy arrepentida y yo le dije que “pelillos a la mar” y la perdoné.
Desde entonces somos muy buenos amigos y solemos vernos todas las semanas en el bar de la esquina.
El otro día me contó que está trabajando en una casa de estudiantes, y que se ha hecho “muy amiga” de una minifalda muy juerguista y atractiva; me enseñó una foto y estaba en lo cierto, era hermosa... pero ya la he dicho yo, que eso no la conviene, que a ver cuando sienta la cabeza y se queda con una blusa decente y formal... ¡es que esta hecha una inmadura!
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